Transformando lo que ves

Cambiando cómo vemos a los demás
Cambiando cómo vemos a los demás

Según Wikipedia, la transformación espiritual “involucra un cambio fundamental en la vida sagrada o espiritual de una persona”.

Gracias por esta definición indefinida, Wikipedia.

Sin embargo, no creo que realmente haya una definición o significado específico de lo que es la transformación espiritual. Se parece a lo que el juez Potter Stewart dijo cuando describió la pornografía: La reconozco cuando la veo.

Esto se debe a que la espiritualidad puede realmente ser tan única como lo es una persona. Lo que yo considero sagrado, para otros podría ser tonto, y viceversa.

Algunos podrían experimentar la transformación espiritual por medio de lograr armonía con el mundo a su alrededor.

Otros definirán la transformación espiritual como el llegar a ser una persona más buena.

No quiero convertirme en el policía de la transformación espiritual, validando mi propia experiencia y mirando a los demás diciendo: “pero ustedes realmente no han experimentado una transformación espiritual”.

En lugar de gastar tiempo hablando ad nauseam de lo que significa la transformación espiritual, prefiero hablar de uno de sus efectos secundarios, al menos para los cristianos. La transformación espiritual cambia la forma en que vemos.

Richard Rohr dice que no vemos las cosas como son, sino que las vemos como nosotros somos. También explica que la buena religión tiene que ver con ver correctamente.

Cómo ves es lo que ves. Así que, la mejor religión nos enseña a ver las cosas como Dios las ve. Cuando experimentamos una transformación, dejamos de ver las cosas que queremos ver y lentamente despertamos a ver las cosas como Dios las ve.

En mi opinión, una de las preguntas más poderosas que Jesús planteó fue cuando le preguntó a Simón el fariseo: “¿Ves a esta mujer?” (Lucas 7:44, NVI).

En Lucas 7, Simón invita a Jesús a una fiesta. Mientras comían, una mujer interrumpe trayendo una botella de perfume. Empieza a llorar a los pies de Jesús, mojándolos con sus lágrimas. Después secó sus lágrimas con su cabello, beso sus pies y derramó perfume en sus pies.

Simón se puso furioso. Pensó para sí: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando, y qué clase de mujer ella es: una pecadora” (v. 39).

Hay tantas cosas que los americanos del siglo XXI no captan de esta historia:

Primero, el texto asume que la mujer es prostituta. Segundo, a las mujeres no se les permitía estar presentes en una reunión de hombres, y menos este tipo de mujer. Se estaba dañando tremendamente la reputación del Simón.

No sólo esto. No me sorprendería que algunos de los otros hombres presentes cubrieran sus rostros porque anteriormente habían usado sus servicios.

Además, para secar los pies de Jesús con su cabello, la mujer habría tenido que soltar su cabellera. Para nosotros esto no es problema, pero en aquel tiempo era un escándalo que una mujer dejar ver su cabello suelto. Esto sólo ocurría en privado.

La mujer violó muchos protocolos sociales y, por supuesto, Simón está furioso.

Jesús podía darse cuenta de cuán enojado estaba Simón.

Jesús le dice: “Simón, tengo que decirte algo” (v. 40), y le cuenta la historia de dos hombres que debían dinero.

Después de contarle la historia, Jesús le pregunta: “¿Ves a esta mujer?”

Simón probablemente pensó: “Claro que sí. ¡Por supuesto que la veo! ¡¿Por qué crees que estoy tan enojado?! ¡Todos la vemos! ¡Todos estamos enojados de verla!”

Pero Jesús le preguntó a Simón, ¿realmente la ves? No su reputación; no sus pecados; no su forma de vida; ¿puedes verla a ella? Todo lo que Simón veía era a la prostituta del pueblo; la mujer impura; la pecadora.

No veía que ella era la hija de alguna persona; que quizá era la hermana de alguien; que quizá fuese madre. Simón no podía ver su humanidad.

No podía ver la serie de eventos desafortunados que la llevaron donde ahora estaba.

Quizá fue vendida como esclava por sus padres, y el dueño abusaba de ella. Quizá se casó con alguien que después murió o la abandonó. En aquellos tiempos, el valor de una mujer estaba en relación al hombre (hijo, padre, esposo). Una mujer no podía tener propiedad o bienes suyos. Una mujer sin un hombre no tenía opciones.

Esta mujer no creció soñando ser prostituta. Pero Simón no podía ver nada de eso. Sólo veía su situación y no su humanidad.

Pero Jesús la vio. Jesús reconoció su pasado pero también vio su futuro. Jesús pasó por alto su pasado, sus pecados, sus errores, su estilo de vida. Jesús vio la imagen de Dios en ella. Eso fue lo que hizo.

La mujer era parte de la gente que seguía a Jesús: los que no merecen ser amados; los marginados; los forasteros; aquellos que escandalizan a la gente; los don nadie; los paria. Jesús no veía lo que habían hecho, sino lo que podían llegar a ser. 

Jesús reconoce el vacío y quebrantamiento de la gente, pero en lugar de amplificarlo y avergonzarlos, Jesús les provee de esperanza, sanidad, restauración y redención.

El crecimiento espiritual que experimentamos debe cambiar la manera que vemos las cosas, porque algo profundo dentro de nosotros ha cambiado fundamentalmente.

Veíamos las cosas como nosotros somos, pero ahora que hemos cambiado, vemos las cosas con lentes influenciados por Cristo.

Cuando vemos las cosas a través de Cristo, cuando vemos las cosas como Dios las ve, vemos que la gente son parte de nosotros. Dejamos de ver a la gente como afuerinos, y empezamos a incluirlos en nuestra comunidad, tal como Jesús lo hizo.

A fin de cuentas, lo que nos hace “buenos cristianos” no es cuanta teología sabemos, cuantos versículos bíblicos hemos memorizado, cuantas veces asistimos a la iglesia, cuanto tiempo y dinero donamos o cuantas reglas obedecemos, cosas que son importantes. Pero lo que nos hace verdaderos cristianos es la habilidad de ver la imagen de Dios, ver a Cristo en todo y en todos.

Porque somos cristianos, Cristo es la luz que ilumina todo lo que vemos. Cristo es la luz que toca a todo y a cada uno. Por tanto, debemos ver a Cristo en todo y en todos.

Si ves odio; si ves temor; si ves maneras en que la gente no pertenece, ¿Cuál entonces es la luz que brilla en tu mundo? No creo que sea Cristo. Porque si Cristo es verdaderamente la luz que brilla en tu mundo, no podrás más que ver a Jesús en todo y en todos.

¿Cómo es que ves?

¿Qué es lo que ves?

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